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A cup of tea on a table. Photo by RJ Rempel.

Viviendo intencionalmente

Durante los últimos dieciocho años, Julieta (Sudamérica) y su esposo han estado compartiendo de manera intencional el amor de Cristo en Asia Central y Occidental.

«Nuestro deseo es que la manera en que vivimos, nos relacionamos con otros y amamos a nuestra comunidad reflejen el amor de Jesús —comparte Julieta* de Sudamérica—. Queremos vivir de una manera intencional; no de manera llamativa, sino intencional».

Durante los últimos dieciocho años, Julieta y su esposo han estado compartiendo el amor de Cristo en el centro y el oeste de Asia. «Lo hemos hecho en diversas y creativas maneras», comparte. Desde cantar y tocar canciones populares hasta charlar con vecinos para enseñarles inglés, lo importante para ella es que todo se haga intencionalmente y en oración.

Julieta mantiene los ojos abiertos buscando personas de paz —personas en las que Dios ya esté trabajando, a quienes pueda acompañar y ayudar a profundizar su fe—. Cuando las encuentra, las dirige hacia las Escrituras; les pregunta si quisieran saber más y si hay alguna otra persona en su entorno a la que le gustaría unirse. "Siempre tratamos de hacerlo en forma colectiva porque son personas comunitarias», explica ella acerca de los grupos entre los que ha vivido.

«Hemos vivido tantas cosas locas —continúa—. Conocemos a alguien; después a algún amigo; luego ese amigo nos invita a visitar a toda la familia y, de repente, todos estamos sentados en la casa de un extraño en algún pueblo leyendo la Biblia juntos».

Dios te ama

La parte favorita de Julieta de predicar las buenas noticias es «ver cómo Dios puede cambiar diferentes situaciones por medio de la oración. Y, además, cuán especial es caminar con alguien, profundizando una relación en la que no están solos; soportándose los unos a los otros, caminando lado a lado, es especial —enfatiza—. Eso es lo que el Señor nos mandó a hacer: hacer discípulos. Es tan emocionante cuando veo a alguien entender la visión de lo que es ser un verdadero discípulo de Jesús».

Jamila* es una amiga a la que Julieta ha estado acompañando en su recorrido durante el último año y medio. Originaria de Siria, Jamila conoció a Jesús a una edad temprana por medio de un amigo, cuando su familia vivía en Europa. Años después, cuando su país estaba en guerra, Jamila comenzó a cuestionar la fe islámica de su familia y siguió recordando las palabras de su amigo: “Dios te ama”.

Buscando la verdad, Jamila leyó las Escrituras y se puso en contacto con grupos de cristianos en línea. Una por una, sus preguntas fueron respondidas hasta que solamente quedaba una: ¿en verdad Jesús había muerto por sus pecados? Una noche, ella soñó a Jesús en la cruz y cuando despertó ya no tuvo dudas y le entregó su vida a Cristo, aunque no conocía a ningún creyente cerca de ella.

Después de mudarse al país donde Julieta vive, Jamila comenzó a asistir a una reunión de seguidores de Jesús. «Dios —oró—, en verdad me siento débil; por favor, envía a alguien que me ayude a crecer en mi fe». Terminó de orar, se dio la vuelta y vio a Julieta sonriéndole. Desde entonces, Julieta ha estado animando y orientando a Jamila.

Casada y con una hija, Jamila estaba aterrada por las reacciones que tendría su familia si descubrían sus creencias; sin embargo, poco a poco, ella se las compartió a medida que el Señor la iba dirigiendo. Su familia trató de manipularla para que vuelva a sus creencias islámicas, pero «Dios le está dando fortaleza, aunque no ha sido fácil», explica Julieta.

Ahora Jamila le pide consejo a Julieta sobre cómo orar con su hija y leer la Biblia con ella. «[Jamila] quiere crecer —dijo Julieta—. Caminar con ella ha sido un viaje hermoso».

Respondiendo abiertamente

La pandemia de COVID-19 le ha presentado nuevas oportunidades a Julieta y a su familia para ser una luz en su comunidad. «Con restricciones establecidas que limitan actividades y movilizaciones, la gente tiene más tiempo para hablar, y están respondiendo con sinceridad a conocer de Cristo a través de los ministerios de medios de comunicación», comentó.

Su familia también ha pasado más tiempo fuera con sus vecinos, compartiendo con ellos de una manera más cercana y viendo a Dios responder oraciones, como la de curar a un vecino que estaba experimentando miedo y angustia poco saludables debido al coronavirus.

También ha sido alentada en sus continuas visitas a Jamila, quien está compartiendo su fe con otros a través de las redes sociales durante este tiempo.

Enviada

«Sólo sabíamos recibir misioneros —comparte Julieta sobre la iglesia en la que creció en Sudamérica—, no teníamos esa visión de enviarlos».

Nacida con una afección cardíaca, Julieta creció con sus padres diciéndole: “Tu vida está en manos de Dios”. «Tenía un problema físico que me restringía, pero Dios me permitió vivir plenamente y hacer cosas que pensé imposibles en mi situación —dice—. Crecí con una profunda fe en Él».

Después de ver a una niña de nueve años entregar su vida a Cristo en un campamento juvenil cuando era adolescente, Julieta sintió el deseo de compartir lo que Dios había hecho por ella y se dio cuenta de que su propósito en la vida era compartir las buenas noticias con otros. Junto a su hermana fueron de puerta en puerta en su ciudad, invitando a los niños y sus familias a un programa evangelístico en un parque.

Mientras asistía a la escuela bíblica en Estados Unidos, Julieta conoció a misioneros que servían en el mundo musulmán y sintió que el enfoque completo de su vida cambiaba a prepararse para ir ella misma. Un año más tarde, cuando regresó a su país natal, se presentó la oportunidad de enseñar música e inglés en una escuela internacional en Asia Central y servir junto a un equipo de plantación de iglesias.

Muchas personas no apoyaban que se fuera al extranjero. ¿No le importaba su propio país? ¿Qué de la gente de su ciudad que todavía necesitaba escuchar las buenas noticias? Además, se trasladaría muy lejos, a un país del que ellos conocían poco o nada.

Sin embargo, en un mes, Julieta estaba cruzando el Atlántico como la primera misionera enviada por su iglesia.

En Asia Central, Dios puso a alguien con el mismo corazón [para alcanzar al mundo musulmán], y Julieta se casó con él. Hoy en día, ellos y sus dos hijos viven intencionalmente para Cristo en Asia Occidental.

* seudónimos

 

 

https://stories.om.org/story/r67142

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